SIGLO XXI DEJAMOS MORIR NUESTRA PRIVACIDAD
“NOS CONTROLAN DESDE NUESTRO CELULAR, LA PC Y MAS “VEA COMO”
Los
dispositivos que utilizamos, e incluso los aparatos domésticos, les están
contando nuestra vida a sus fabricantes y a cualquiera que pague por ello
No olvides dejar su comentario “GRACIAS”
PABLO
PARDOWASHINGTON@PabloPardo1
19/03/2017
03:23La policía del pueblo de Bentonville, en Arkansas, encontró el cadáver del
ex policía Víctor Collins flotando en la bañera de la casa de James Andrew
Bates, el 22 de noviembre de 2015. En febrero de 2016, Bates fue arrestado y
acusado de asesinato. En agosto, los investigadores pidieron a Bates que les
autorizara a acceder a Alexa.
Les costó seis
meses de batalla legal, hasta la semana pasada. Pero puede ser la clave: si
alguien sabe lo que pasó aquella noche entre Bates y Collins es Alexa. Alexa es
un tubo de 23 centímetros llamado Echo [eco en inglés] con micrófonos que lo
oye todo. Uno dice, «¡Hey, Alexa!», y luego le pregunta por el tiempo, el
tráfico, le pide que le haga una llamada telefónica, que ponga tal o cual
canción o lista de canciones... Pero Echo no sólo oye.
También graba.
Cuando uno dice las palabras mágicas «¡Hey, Alexa!», Echo no contesta, pero eso
no quiere decir que no oiga. Y que no grabe. De hecho, lo graba todo.
Y se lo manda
a su fabricante y propietario, la empresa Amazon.
El caso de
Collins, Bates y Alexa, es Hitchcock en el siglo XXI. Con algoritmos en vez de
personas. Los chivatos están en casa. Las revelaciones de WikiLeaks, la semana
pasada, sobre cómo la CIA
puede hacer que las televisiones inteligentes Samsung le transmitan todo lo que
oigan han sido la última constatación de una realidad. La privacidad ha muerto.
O, mejor, la hemos dejado morir. Las instrucciones de la tele ya nos dicen que
nos escucha. Igual que las de Alexa.
Y las de Siri,
el asistente virtual de Apple. Y las del servicio de taxis Uber. Aunque no le
pasen los datos a la CIA ,
nuestros teléfonos, nuestras tabletas y, cada vez más, nuestros coches, nuestra
calefacción, nuestras alarmas contra incendios, nuestras neveras, y hasta
nuestras bombillas, les están contando nuestra vida a sus fabricantes y a
cualquiera que pague por ello. Nos habían vendido la casa inteligente y hemos
firmado gustosamente la compra de la casa cotilla. El portero que sabía todo lo
que pasaba en el edificio es ahora un algoritmo que, en vez de al vecino de
escalera, le cuenta lo que sabe a una base de datos. O a varias.
Esa
información se compra y se vende. En diciembre, la Web de investigación
periodística estadounidense ProPublica descubrió que Facebook no sólo usa las
interacciones dentro de su red para crear el perfil publicitario
individualizado de cada uno de sus 2.000 millones de usuarios, sino que también
compra datos a terceros, incluyendo, por ejemplo, a apps que sirven para
reservar mesa en un restaurante. Facebook tiene en promedio una docena de
proveedores de datos por persona, sin contar con toda la información que recibe
cada vez que visitamos cualquier Web que tenga el botón de Me gusta de
Facebook. No hace falta ni hacer clic. «Los datos son el nuevo petróleo».
Así lo dijo el
11 de julio Shivon Zilis, uno de los socios del ex alcalde de Nueva York,
Michael Bloomberg, el noveno hombre más rico del mundo, gracias, precisamente,
a su empresa de información financiera. David Kenny, de IBM, fue más lejos:
«Los datos serán la moneda del futuro».
No sólo
moneda. También poder. El miércoles de la semana pasada, el presidente
ejecutivo y tercer mayor accionista de Alphabet -la matriz de Google- Eric
Schmidt declaró: «Creo que el Big Data es tan importante que las
naciones-Estado acabarán luchando por él». Big Data. O sea, Grandes Datos.
Teóricamente, las empresas los almacenan a granel, de forma masiva, no
individualizada. Pero esos datos están vinculados a dispositivos, y en muchos
de esos dispositivos el usuario se ha identificado.
Prever lo que
haremos La empresa no sólo sabe lo que hacemos sino, también, lo que vamos a
hacer. Toda la inteligencia artificial se basa en algoritmos de aprendizaje, o
sea, en programas informáticos que aprenden el comportamiento de los usuarios.
La máquina sabe a qué hora nos levantamos y a qué hora nos acostamos. Es la
otra cara del Internet de las Cosas (IoT, según sus siglas en inglés), que es
el nombre que recibe la aplicación de la revolución tecnológica a la industria.
«A las 6.45 de
la mañana, MavHome [acrónimo en inglés de Gestión de Hogar Versátil Adaptable]
enciende la calefacción porque ha aprendido que la casa necesita 15 minutos
para calentarse hasta alcanzar la temperatura óptima para caminar por ella. El
despertador suena a las siete, lo que da la señal para que la luz del
dormitorio se encienda, igual que la cafetera en la cocina.
Bob entra en
el baño y enciende la luz. MavHome recoge esta interacción, muestra las
noticias de la mañana en la pantalla del baño, y enciende la ducha. Mientras
Bob se afeita, MavHome siente que Bob pesa un kilo por encima de su peso ideal,
y ajusta el menú que le sugiere».Ese párrafo está en el artículo 'El papel de
los algoritmos predictivos en la arquitectura de la casa inteligente',
publicado por la
Universidad de Texas en 2002. Doce años después, en enero de
2014, Google compraba por 3.077 millones de euros Nest, una empresa que fabrica
termostatos y alarmas contra incendios inteligentes, que aprenden las rutinas
de sus usuarios. MavHome ya está aquí. Y la máquina del placer perpetuo,
también. Los juguetes sexuales inteligentes se manejan desde el teléfono, con
su propia app, de modo que el usuario (o usuaria) puede llevarlos por la calle
y proveerse de un orgasmo por Bluetooth. Ahora bien: que sepa que ese orgasmo
también ha quedado registrado.
La empresa
canadiense Standard Innovación acordó la semana pasada indemnizar con 2,9
millones de dólares a miles de clientes usuarios de su vibrador inteligente
We-Vibe [Nosotros-Vibramos], a los que no había informado que el artilugio,
además de su función, recolectaba datos sobre cómo, cuándo y dónde lo usaban.
Estos programas borran la distinción entre persona y máquina. Así lo reveló un
estudio publicado en 2012 por los Institutos Nacionales de la Salud , el principal centro
público de investigación de salud de EEUU, que detectó que los niños
antropomorfizan estos aparatos.
Evidentemente, no es difícil convertir en persona un dispositivo que
nos escucha, nos responde, y nos cuida. Sin embargo, la ética no se puede
subcontratar a un algoritmo. Las tecnológicas no publican sus programas, ni
informan de sus datos, así que, paradójicamente, sabemos más de lo que hacen
los espías que los empresarios. «Históricamente, espiar era muy caro. Ahora, es
barato», explica el ex asesor del Tribunal Constitucional de Sudáfrica Drew E.
Cohen en conversación telefónica. Cohen estima que en 1940 hacían falta ocho
policías -cada uno con su sueldo- en cuatro coches para seguir a una persona
las 24 horas del día. Hoy, basta con mirar el GPS de su teléfono. Es
virtualmente gratis. Es más: con la tecnología actual, el precio de localizar a
un individuo o a 10.000 es casi el mismo. Y no existe legislación ni regulación
a este respecto. Jueces, parlamentos y gobiernos van muy por detrás de la
tecnología del sector privado y de las agencias de espionaje. El mundo del
siglo XXI será un mundo en el que sus habitantes habrán renunciado libremente a
la privacidad.
No olvides dejar su comentario “GRACIAS”
Nota
Padre nuestro,
no sabemos como llegar a ti, pero te hemos llamado y tu nos has contestado.. no
interferiremos, solo ayudaremos, pues los caminos de la salvación solo te
pertenecen a ti. Tuyo es el camino de luz de Venezuela, tuyo es el camino de la NO VIOLENCIA , solo pedimos
un cambio ya. ¡Solo pedimos vivir en Paz! Solo pedimos que tu voluntad se haga
que también subira la conciencia nuestra, se haga aquí en nuestro País, para
que este pase a formar parte del cielo, parte de quien nos creo y no parte de la
oscuridad y el ausentismo. Dios padre todopoderoso, que Vezuela sea tu reino.
Amén
TodoesNoticia
No hay comentarios:
Publicar un comentario