IMPACTANTE REFLEXIÓN DE PERIODISTA
CHILENA POR LO VIVIDO CON INMIGRANTES DE VENEZUELA
“ASÍ SERÁ”
Una Gran Reflexiones
de una periodista acerca del inmigrante venezolano en Chile, hay que dar
gracias a Dios y ser más humilde.
No olvides dejar su comentario y un me
gusta “GRACIAS”
POR MIREYA TABUAS…
Estoy segura de que nunca en su vida barrió el piso
de su casa. Estoy segura de que además nunca cocinó, nunca lavó su ropa ni
nunca zurció una media. Estoy segura de que cuando iba a algún restaurante,
miraba con cierto aire de superioridad al mesonero que lo atendía y a veces
–perverso- le limitaba la propina. Estoy segura de que veía con cierto desdén
mezclado con lástima a quien le cuidaba el auto en la calle, e intercambiaba
apenas cuatro palabras imprescindibles (y si eran menos, mejor) con la cajera
del supermercado o a la recepcionista del consultorio médico.
En su vida
“antes de” era quizás un estudiante de los últimos años de una buena
universidad, o un recién graduado con pasantías en importantes empresas, o una
joven promesa de su disciplina, o un profesional que escalaba rápidamente
puestos en la compañía.
Desde niño
seguramente se trazó un camino hacia el éxito profesional. Nunca le tocó más
que dedicarse al cultivo de sí mismo, nunca se mentalizó que iba a hacer otra
cosa. Su vida era estudiar y su destino graduarse y trabajar en una buena
empresa.
A pesar del
país en el que vivía. A pesar del horror.
Pero a este
joven le tocó migrar.
Y, como a él,
a todos estos jóvenes venezolanos les tocó huir, salir corriendo de un país
descuartizado.
Y ahora los
veo aquí en Santiago de Chile (pero también están en Bogotá o Madrid, en Miami
o Lima, en Londres o Buenos Aires y pare de contar…), los veo por todas partes,
allí están los jóvenes venezolanos trabajando.
Y siempre les pregunto qué hacen, de dónde vienen, cómo se sienten.
Veo, por
ejemplo, a un ingeniero civil trabajando de garzón en un restaurante chino, a
una arquitecta laborando en la cocina de un hotel, a una abogada lavando baños,
a una publicista pintando uñas a domicilio, a una médico haciendo de
recepcionista en un consultorio odontológico, a una psicóloga atendiendo
llamadas en un call center, a un periodista cargando cajas en un almacén, a un
administrador de empresas haciendo empanadas venezolanas y vendiéndolas en los
alrededores del mercado La Vega.
Ninguno se
queja. Ninguno critica.
Les toca
limpiar pisos, fregar platos, trabajar hasta muy tarde en la noche. Lo que
nunca.
Pero repito.
Ninguno se
queja. Ninguno critica.
Están
contentos.
Y cuando
tienen un ártico libre se compran un vino y, en la azotea de uno de esos
edificios del centro que están llenos de venezolanos, donde hay piscina y
gimnasio, ponen música y comparten con sus amigos. Crean lazos familiares con
sus vecinos o sus compañeros de la pega. Se imaginan a su mamá en otras
señoras, se inventan hermanos entre los demás compatriotas. Tienen como mesa
familiar un chat de whatsapp o un grupo de Facebook.
Parecen
alegres, pero también están tristes.
Como los
sobrevivientes en un bote salvavidas.
Pero de pronto
pienso que esos chicos, esa generación de venezolanos profesionales que están
pasando trabajo, que lloran a los suyos, que están “echándole bola” (trabajando
duro, para los lectores chilenos), van a ser una gran generación. Porque estos
muchachos tienen la formación profesional, pero a la vez están aprendiendo una
importante lección de humildad, de ponerse en el lugar del otro, de entender el
valor de las labores más sencillas. Están aprendiendo que detrás de cada oficio
hay un ser humano, que nadie es mejor que el otro. Además están aprendiendo a
entender otro país, otra cultura, otras voces, otras formas. Están aprendiendo
–literalmente- a ganarse el pan con el sudor de su frente, de sus piernas, de
sus brazos, de sus hombros.
Quiero creer
que esta generación será más fuerte. Que será también más bondadosa. Cuando el
ingeniero encuentre trabajo en una
empresa minera, ya no mirará con menosprecio al garzón que lo atiende en
el restaurante; cuando la doctora trabaje en una clínica valorará la labor de
su recepcionista (o tal vez el ingeniero se quede por mucho tiempo como garzón
y la médico como recepcionista, y descubran que la vida también así es
bella). Eso sí, cuando ellos vean a una
persona vendiendo comida en la calle, la mirarán a los ojos, le preguntarán
cómo está, le contarán su propia historia, le darán aliento.
Creo que no
solo estos muchachos ganarán, como individuos, con esta vivencia migrante.
También ganará Chile (o el país que los reciba) porque serán ciudadanos
agradecidos con la nación que les dio una oportunidad y la asumirán –y
defenderán- como suya. Por eso, cuando en Chile (o en otros países receptores)
se abre el debate sobre la migración, yo me pregunto si quienes critican la
presencia de extranjeros han reflexionado sobre lo que la experiencia migrante significa para el ser humano, cuánto
transforma, cuánto nutre, cuánto potencia.
Migrar es un
postgrado.
Si mis jóvenes
paisanos se quedan en Chile, aportarán su bagaje, sus músculos, su intelecto, y
serán hijos de dos naciones.
Y si algún día
vuelven a Venezuela, llegarán nutridos de ánimos de reconstrucción y con
fortaleza de luchadores. Han aprendido a
valorar lo suyo desde la distancia. Además, nunca perderán los vínculos (ni la
gratitud) con el país que los acogió.
Siento que lo
mejor que pudo pasarle a Venezuela es esta generación de profesionales que
limpian pisos en otras tierras. Porque
sin duda ellos serán mejores personas que todos nosotros. Mejores venezolanos y
mejores ciudadanos del mundo.
No olvides dejar su comentario y un me
gusta “GRACIAS”
Nota:
Padre
Celestial te pedimos por nuestros jóvenes que han tomado las calles venezolanas
con las banderas de la inocencia y el amor por la patria.
Ábreles los
ojos y el corazón para que utilicen con sabiduría ese deseo ferviente de
construir una patria justa e incluyente y para que encuentren la forma
apropiada de transformar nuestra Patria en un lugar mejor para todos.
TodoesNoticia
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